El matrimonio fatal del amor

Está bien, he de confesar que desde mi temprana edad, mi mamá insistía en las reuniones familiares: - Yo nunca la veré a ella, vestida de blanco.  Sí, considero que el fiasco de los matrimonios a mi alrededor me hizo perder la ilusión del amor eterno rodeado por grandes e ilustres miembros familiares y amigos quienes reunidos, alzarían una copa de champaña, de la que tanto trabajo había costado decidir que etiqueta se vería mejor, y festejarían todos gritando: "por los novios", y entre esos dos novios, estaría yo vestida como blanca y pura paloma. 

Seguro el amor no es para mí me dije desde siempre, por lo menos no el amor que se viste de frac y de vestido de encajes, y que esconde la tradición de parecer que es eterno y que siempre se llevará dentro del corazón. Insisto que el amor es tan sólo el presente, y si se tiene en cuenta eso, se podrá pensar que el futuro traerá nuevos presentes, pero el presente no es el futuro, como muchos los proyectan al aceptar al frente de todo un público testigo: Sí, te amo y seré siempre tuya.

Ahora bien, créanlo o no, la librería tiene un espacio de 60 metros cuadrados dentro de los cuales transitables serán si acaso, unos 10 metros.  Pero parece ser que el amor cabe por todas partes y por eso, en una noche de viernes un poco lluviosa, dos personas contrajeron matrimonio la librería.  Pero para llegar a esto, tendré que ser gentil con el lector y explicar quienes fueron los autores de este fatal matrimonio de amor.

Él.

Mucha gente de mi familia, bajo sus críticas sobre "Qué haces con tu vida como librera? ", y agregan: - "Quieres ser acaso una muerta de hambre siendo una bohemia?, en el mundo corporativo está el futuro y el dinero, no en los libros".  A lo que respondo: Yo de bohemia no tengo nada, ni siquiera el sonido cliché del bohemio, pues creo que detrás de mi Mac, ejecutando scripts durante la noche para mi otro trabajo, aquel que trae los números grandes a mis finanzas, no es una actividad del todo bohemia pero ellos insisten, así que para describir al bohemio o falso bohemio que el imaginario colectivo de algunos miembros de mi familia tienen, lo describo a él: el novio.

El novio es filósofo, y ha encontrado una religión: la literatura, y ha encontrado un dios: Spinoza, un espíritu santo: Bolaño, una virgen María: la dueña de la librería y ha encontrado un templo: la librería.  Por eso mismo, al ritmo en el que él transita en su vida, porque los bohemios transitan de manera pausada y casi como unos grandes psicóticos que aparentan ser normales al tomar un café, pero de quienes el resto del mundo ignora que dentro de sus mentes vacilan muchos personajes que le hablan jalándole los pelos desde el cráneo.  Él, el novio, es aburrido, yo personalmente no soporto cuando alguien necesita evangelizar a los otros, y menos aún cuando los involucra en sus ritos.  

Un día ya saliendo de la librería, la librera me toma de la mano y me dice que si me quedo para leer en voz alta el texto de este filósofo bohemio, el futuro esposo, ha preparado esta noche para una tertulia.  A veces, creo que pago mis karmas a diario, quizás el karma de haber puesto durante un viaje entero a música protesta en el carro y haber obligado a otros a oír estas voces incomprendidas del mundo del cono sur, que todos odiaban y yo amaba.

Igualmente esa noche colaboré leyendo en voz alta el texto de su obra de teatro donde el bohemio acompañado de sus amigos cercanos convierte a los libreros de turno en cómplices de sus textos suicidas.

Tratando de escapar de la obra, la librera me atrapa y me dice –
-Él, quiere realizar su matrimonio en la librería, que tal te parece? - simpático no? Absurdo,- respondo, pero siempre es bueno lo absurdo, sale de lo normal y eso está bien.
Así que el día anunciado por la noche, entre nuestros 60 metros cuadrados y toneladas de libros, movemos las mesas y ponemos las rosas, para esperar a la linda pareja que piensa casarse bajo el templo consagrado de todos los autores y mentores de su vida.  

Ahora explicaré quien es la novia.

Ella.

Ella es una muchacha hermosa, de gran gracia, pero perdida en el amor ha refundido su sentido en común al no darse cuenta que el filósofo bohemio la ha embaucado en el mundo perdido de las letras sin fundamento bajo la filosofía que del amor vive el hombre, a lo que me dan ganas de adjuntar y … no sólo de caviar ,como el gran libro policial de suspenso de los años 30.  De esta misma forma, esta joven, raza blanca, acepta de la mano de este filosofo bohemio, el compromiso de contraer matrimonio en el templo de éste, donde ella ocasionalmente va a acompañarlo en sus tertulias, y donde lo mira desde lo lejos diciendo, este es mi hombre, este es mi poeta.

El ritual.

Sin más ni menos, los novios, de forma casi cómica y absurda como un viejo film del adorado Keaton, entran a la librería el día de su matrimonio vestidos a la usanza de los años 30, y detrás de ellos toda una familia que tenía más cara de entierro que de felicidad.  Cada miembro familiar y cada amigo se acomodan en los 30 centímetros cuadrados que le corresponden y se sientan a ver lo que sería para ellos peor que la guillotina para Ana Bolena, quien al fin al cabo, había proclamado su amor por el Rey a pesar de su cabeza, pero aquí la cabeza de la novia ya está perdida, y su nuevo esposo es su Rey intelectual y sentimental.

La familia no sonríe, en realidad nadie sonríe, ni siquiera los novios, que no soportan ver que nadie sonría salvo los libreros que mueven cosas e intentan que todos estén cómodos.

Una situación tan ridícula como pretender que en un entierro el muerto se sienta confortable en su ataúd poniendo una almohada debajo de su cuello, un poco más alta para que pueda ver a los invitados.

La ceremonia.

Todo empieza y todos desean que termine lo más pronto posible.  El novio recita, la novia canta sus versos, nadie entiende nada y en los momentos de silencio en los que se debería aplaudir, nadie aplaude.  Luego de una hora de proclamar su amor bajo los ritmos de las rimas y una proyección en video, tres personajes, amigos íntimos del novio se levantan, y hacen una representación cómica con sombreros prestados a última hora.  Mientras el show continua, la madre entra en lágrimas, lágrimas internas, pues la frigidez de esta mujer no logra ocultar su dolor al ver a su hija, quien con un vestido rojo español y una flor plástica en la cabeza se dirige a su esposo como "el poeta", así que en lugar de demostrar lo que siente la madre de la esposa se preocupa por las mortadelas calcinadas por el calor y por los quesos derretidos en las bandejas de cartón.  
 
El padre presente pero ausente, tan sólo prefiere pensar y el resto del público degusta el vino y todos a su alrededor en los 10 metros disponibles prefieren no hablar del tema, ni de lo ocurrido, ni de cómo dos personas bajo la excusa del intelecto, definen el amor bajo las leyes de escritores muertos, donde el azar y el destino es la excusa para que el ridículo sea justificado.
Engañados todos, hasta nosotros, el matrimonio termina con la fuga de los novios quienes ni siquiera se quedan a recoger el desorden causado por su actuación donde, como mercaderes, vendieron un espectáculo y una vez finalizado se fueron a amarse hasta el amanecer.

Al día siguiente, se respiraba en la librería el sentimiento que el amor no es verdadero, sobre todo cuando ante la tragedia de la familia de la novia, los libreros reían detrás, confesándose los unos a los otros, que fuimos más locos nosotros en permitir semejante desorden que los novios quienes nos confiaron su ritual, sin pago alguno, y dejaron su templo adorado en un total caos.

Como dice un librero, era una plaza de mercado de Marrakech, donde encantadores de serpientes, se aprovecharon de nuestra buena voluntad.  Y aprendiendo de esto, se concluye, no "esperamos que el matrimonio sea para siempre", sino "esperamos que no vuelvan a haber matrimonios como éste", aunque suene en rima, como los versos que ella cantaba a él, su poeta -esposo.

1 comentarios:

Diego Hernando Sosa dijo...

Jajajajajajajaja... está bueno Meli, estuve allí, me transportaste a esa ceremonia... Simpatiquísimo... ¡Qué librera!