El desorden intelectual

Desde que he empezado a trabajar más seguido en la librería, he descubierto que muchos de los transeuntes, - y me gusta usar esta palabra para definir a aquellos personajes que transitan por los pequeños corredores de la librería en busca de un libro y llevan el andar de los peatones que al estar perdidos, tan sólo pueden leer los letreros de las calles - pasan leyendo en voz alta todos los autores y títulos expuestos.

En esta ocasión, son dos.  Una joven no muy agraciada, que a pesar de su corta edad aparenta ser mayor, quizás las arrugas y el maquillaje y su estilo pasado de moda, confiesa que es una intelectual.  Ante tal determinación, el librero no puede poner en duda las palabras a las que ella misma se define; si bien ella se considera así es quizás porque ella no nos considera a nosotros los libreros, más que vendedores de libros que leen contracarátulas durante la hora de los ingresos.  Su compañero, otro intelectual, mantiene una mirada tierna ante esta mujer que lo único que realizá durante sus dos horas de visita en la librería, son una repetición insesante de quejas sobre "como he de terminar mi tesis sobre Foucault.  

La pareja, es insoportable, pasán de un lado a otro desordenando y abusando del librero en la medida que hay gente que adora, sencillamente adora, decir en voz alta su gran diccionario interno de nombres y de autores, para que ante los ojos de los otros, no de ellos mismos claro esta, se den cuenta de su gran conocimiento.

Ante este espectaculo sólo pienso en una frase del apreciado y venerado Foucault por los intelectuales que ignorán que detrás de su filosofía sociológica, existía un hombre perverso que adoraba el mazoquismo como obra prima y propósito final del placer, la cual decía, "no me pregunten quien soy y no me pidan que siga siendo el mismo".  Pues estos dos jóvenes, insisto, sin gracia alguna, esperán ansiosos que se les pregunten, quienes son, a lo que responderán, intelectuales y a los que esperán que después de unas lecturas tediosas, no sigan siendo el mismo intelectual de antes sino un mejor intelectual.

Durante este tiempo, el librero, sólo tiene la obligación de observar, pues los dos intelectuales mantienen una conversación privada, y cada uno enumera, a Louis Althuserr, Georges Bataille, Georges Canguilhem, y sobre todo no podía faltar a Georges Dumézil y su fabulosa y exitante reconstrucción de la teoría mitología Indo-Aria, a la que el joven agrega - No puedes dejar de habar de Dumézil, a lo que ella responde, yo sé, yo sé, pero ahora entre Heidegger y Hegel no sé si me quede tiempo para terminar de escribir todo (y agrego este acento toooodo) lo que tengo que leer.

Así que a la hora de pagar, la mujer poco agraciada, que despúes de dos horas se me hace aún más fea que al principio, duda en la caja otros 30 minutos, diciendo en voz alta como si los libros se tratarán de sabores de helados, - quiero el de fresa, mmm no mejor el de menta, será que le pongo un poco de chocolate, o mejor llevo a Foucault como postre para la casa - dudosa e insegura; lo cual considero normal después de haber pasado 2 horas en un desorden intelectual, donde la pareja se debatía quien podía conocer más de algunos autores, se da cuenta que los precios no le convienen a su presupuesto. 

Al rescate de sus problemas financieros por llevarse en la bolsa de papel, el joven, también poco agraciado, la toma de la mano y le dice que el los compra y se los regala, a lo que ella responde - cómo se te ocurre, ni más faltaba, son para mi tesis, tengo que hacerme cargo yo - pero el insiste, y la mira, quizás como si al mirarla pensara que son él uno para el otro, y todo esto enfrente mio, enfrente de mi incansable paciencia de tener una sonrisa permanente y esperar el tiempo necesario para que todos se decidan y por fin se alejen a amarse entre las sábanas del recuerdo sexual de Foucault, y finalmente, el momento llega.  

Me miran y me dicen, llevamos todos estos - agregando en voz alta - no sé a que horas los voy a leer, y él paga la mitad y yo la otra - dice sonriendo.  El joven saca su VISA mastercard, y sencillamente deja que se deslicé por entre el codigo de barras, al igual que él se deslizará entre las sábanas de ella.  Estoy segura que no terminará sus libros, quizás porque él esté a su lado ahora todo el tiempo.

Pero el amor siempre surge y cada cual encuentra en otros una manera de solucionar el problema existencial de sentir una estructura real de los sentimientos.  Así que al despedirse les digo que suerte con los libros, y que si los termina todos, en  menos de una semana, el tiempo faltante para escribir su tesis, le regalo un xanax.

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