Llegan a la librería muchos escritores, pero hoy tuve la sorpresa de conocer alguien que nunca antes había tenido visualmente en mi cabeza. Tan sólo sus palabras me acompañaron en épocas colegiales. Así que él, no tiene necesidad de presentarse, pero yo por ignorancia respeto esto, al ver que todos lo conocen y le hacen favores inmediatos.
Él se sienta, con su bastón y su gran figura, de gran peso tanto físico como literario, me pide gentilmente y con una sonrisa debajo de una barba blanca que hace ver sus ojos azules, como si fuera un gran papá noel, que si le acerco libros de erotismo.
Curiosamente, tiemblo un poco, al reconocer quien es, y decir que seguramente ya ha leído todo lo que allí se encuentra pero por su gran figura y su caminar despacio es demasiado grande para pasar por los pasillos sin dejar caer nada. Es por eso, que cuando dejó caer un libro sin darse cuenta, me dijo, me lo recoges por favor, tu que eres tan ágil y yo tan grande. Le sonrío es un hombre bueno y muy culto por eso mi selección de libros, desde Bataille hasta literatura sencilla que tan sólo conocía por el título, me sonríe y me dice, que gracias por el esfuerzo, que lo tenga presente si llega algo nuevo en erotismo.
Así que desde una esquina, guardando mi timidez, me digo que eso es lo mágico del lugar donde trabajo, se tiene en otra esquina una persona que nombra a Botero, como su gran amigo, que se queja de los artistas jóvenes que tan sólo piensan en dinero, y yo desde adentro pensando en este sencillo diario de librero, sabiendo que no gano sino lo suficiente para vivir en un apartamento arrendando y que el almuerzo se engaña fácil con cualquier pequeñez en cualquier esquina, me sonrío y digo que seguro quizás algún día podrá leer lo que escribo.
Pero no estaba tan equivocaba, cuando recordando sobre él, me llegó a mi memoria, una época donde muy pequeña, mi hermano vendía poemas en un pequeño mercado de las pulgas, y yo por ser mujer, escribía los poemas a mano los que vendíamos por 1000 pesos. El escritor, quien visitaba aquel mercado, vio su propio poema, y nos lo compró. Quizás estoy segura que el no se acuerde de eso, pero yo si lo guardo como una sonrisa tímida en mi cabeza.
Antes de partir, dice que si le regalo unos chocolates y me pide que le alcance su bastón, y me dice: Usted sabe de que sirve este bastón, subo los brazos en símbolo de negación y me dice, es para alejar las críticas.
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