La labor del librero

He encontrado hoy, un lindo mensaje, decía, "encontrar un buen libro, es escoger a su librero, escoger un libro es encontrar un buen librero". No sé quien la escribió, sin embargo esa es mi labor. Al llegar a casa, me siento en el sofá con mis dos peces, y recuerdo el día, la gente que conocí, los que hablaron conmigo, los que me hicieron reír y a los que hice reír. Algunas historias, me hacen sonreír en secreto, otras por alguna razón sacan pequeñas lágrimas.

Mucha gente no entiende la labor del librero. Sin duda piensan que tan sólo es un vendedor. Piensan que mi trabajo es algo temporal, de manera que mi vida de escasos recursos, es sólo porque no consigo un trabajo, como mi trabajo anterior detrás de un computador, iendo a reuniones con Ministros, presentando proyectos ante juntas directivas. La librería es tan sólo un lugar donde entiendo la razón por la cual, los libros son nobles, esconden historias como yo, tienen un pasado pero ofrecen un futuro.

Hoy, una mujer que triste entra a la librería y me agradece que le de un libro que con delicado gusto le he recomendado para curar su corazón roto. Esa es la magia, pero como la magia muchos incrédulos no sienten que los libros cambian la vida. A mi, me la cambiaron desde corta edad, cada libro marco una época, y mi curiosidad me llevo a sentir cerca a escritores lejanos que en mis manos se convertían en amigos. Escogía los libros por mi sola.

Empecé a visitar las librerías del barrio, las cuales en la época eran cuatro. Ahora no queda ninguna.

La primera que recuerdo con mayor emoción, es aquella que después de clases, aún con mi uniforme visitaba al librero para comprar libros de segunda, pues la mesada no daba para los nuevos. Un día el librero, al ver mi mente joven, me dijo que me iba a mostrar algo que nunca olvidaría. La primera edición del Quijote. Era hermosa, con cuidado me mostraba las páginas, y aprendí la importancia de la historia y de su recuerdo. Luego me dijo que su profesión era comprar bibliotecas enteras, las personas que las vendían se querían deshacer de los libros viejos de alguien, que seguro ya estaba muerto. Estas familias, vendían sus historias, y el librero, vendía a niñas como yo los libros universales, pero él, encontraba joyas que guardaba en secreto. Joyas, como una que me mostró otro día, un acta de liberación de esclavitud de una mujer de raza negra que era liberada por un español. Le daba su libertad, firmada. El librero, buscó y encontró a sus descendientes, a los cuales les entregó el original. El guardaba la copia, y creo que al igual que yo, mirábamos diciendo que escondido dentro de un libro, había entregado a esa familia su historia, gracias al librero su labor fue cumplida, entregar un doloroso acto a un feliz encuentro.

La segunda librería, era aquella que quedaba un poco más lejos de mi casa, era la época donde iba a cine sola, con permiso materno. A la salida siempre me acercaba, ya tenía más capacidad de ahorro, y podía comprar algunos libros. Este librero, fue quien me contó detalles de la vida de Shakepeare y su relación complicada con Victor Hugo, allí conocí a Schopenhauer, el librero dudo siempre de mi interés, pero me dijo que era probable que no lo entendiera, pero que sin embargo era un buen ejercicio, el mismo ejercicio que era subir de nuevo a casa, teniendo un libro en mis manos, que representaba una fuente de conocimiento a la que yo, gracias al librero, lo tenía en mis manos. Tenía razón, leí casi toda la obra de Schopenhauer, incluso llegué a escribir poemas a su nombre, nunca lo entendí pero seguro algo debió quedar en el fondo.

La tercera librería, tenía la fabulosa virtud de tener libros en otro idioma. Durante la época adolescente, rechacé los idiomas por ignorancia, luego se convirtieron en mi gran pasión de pensar en otro lenguaje y conocer más escritores. Allí me atrevía a buscar un mundo ajeno. Era polvorienta y los libros de segunda, siempre amarillos podían ser leídos sin necesidad de ser comprados. Años después un escritor colombiano, publicó un libro que hablaba de esa librería. Recordé cuantas horas pasé allí adentro, luego de llegar del colegio antes de subir a mi casa.

La cuarta y última librería que había en mi barrio, era una librería moderna, ocultaba los libros universales y daba lugar a la música, la poesía y los libros de diseño. Ya en la universidad, iba y compraba libros de poesía, ahí me enamoré de Jattin, de Pessoa, de Baudelaire, de Valery entre otros. Pasaron por mis manos, los versos y aprendía de memoria con lágrimas sus poemas.

Ahora mi vida ha tomado otro rumbo, adoro ver a la gente feliz al llevar sus libros, quizás me recuerden, otros me odien, pero siempre sé que volverán porque mientras ellos no están, pienso en cada uno de ellos para que en su próxima visita, pueda tener lo que les gustaría. Como les digo a veces, es mejor que un psiquiatra, la lectura es un vicio sano, y lo mejor es que no se recetan farmacos sino palabras.

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