Adoro esas mujeres perfumadas, que llegan del trabajo, escampando de la lluvia y de los reflejos en los charcos con el deseo de refugiarse dentro del cálido espacio de la librería. Entran siempre dudosas, sin saber si han llegado al lugar correcto, pero con la intención de llevarse a casa algo personal bien sea un capricho o algo que les sea útil.
Esta vez, era una mujer hermosa, que lamentaba haber terminado en estudios de economía y de finanzas al mirar con alegría ajena a dos literatos hablar de lo lluvioso que es James Joyce, y de cómo sería mejor leerlo a los 50 años con un poco de morfina en de la sangre, quizás en una ciudad cálida olvidando aquel Dublín frío y lejano.
Preguntó por dos libros de cocina. De manera amable la conduje a la estantería donde se encontraban los libros, de todos los estilos culinarios, que habían llegado últimamente
La dejé ahí ensimismada entre los nuevos y coloridos libros que presentan recetas exóticas y emotivas, donde la sensación entre el mirar y el sabor es relativa, pero dónde la imagen parece tan real que el cliente olvida que las fotos de suculentos helados están realizadas con puré de papa y que el humo que sale del pavo es tan sólo un poco de fósforo oculto gracias a la magia del poder fotográfico.
En mi casa, los libros de cocina se resumían a la enciclopedia Larousse, que siempre es útil y las mejores recetas estaban escondidas al lado de viejas fotografías de revistas de los años setenta donde el pudín de pato se asemeja a la textura del pan de siete granos o al brazo de reina y donde las imágenes están amarillas al igual que las manchas que quedan en el delantal de la abuela al cocinar.
Son las seis de la tarde , la mujer de unos 30 años, tiene el aspecto de estar cansada,. Quizás ya está en edad para tener algún día que cocinar, o lo más probable es que los domicilios de sushi town ya hicieron su efecto y se cansó de los palitos sobrantes que siempre incluyen. Seguramente vive sola, y ya no quiere esperar la invitación a comer en los restaurantes donde nada se compara con la comida hecha en casa (de manera singular) con esa sazón que da ese sartén curtido por diez años de cocción de carne.
Ante su indecisión, le pregunto para quién es el libro, mientras que ella sentada admira la librería diciendo que nunca había entrado y que la encuentra fascinante voltea su mirada, y me dice que para ella
_Qué tipo de comida está buscando? para una persona?, fácil de hacer? para alguien en especial?, interrogo yo dándole múltiples opciones.
Ella me responde:
-En realidad no es para mí, es para mi empleada, "la pobre no sabe cocinar nada" .
-Bueno,entonces debemos buscar un libro sencillo en el que ella conozca los ingredientes, le digo.
La cliente mira los cuatro libros que ha seleccionado, y yo imagino a la empleada, inexperta cocinera que quizás sabe cocinar algún plato de su región; pero es un hecho que para el cuerpo delgado de la clienta no son favorables ni los fritos ni las mazamorras de maíz.
No, lo que ella está buscando por un lado es que su empleada aprenda, y por el otro comer algo delicioso de comida casera.
Así que deja a un lado su cartera y una bolsa de RyR, que seguro es un regalo para un novio que sueña con que ella meta las manos en la cocina para que un día pueda llegar a cocinarle como su madre. Finalmente escoge : llevará un libro de cocina para dos, y otro de recetas fáciles cocinadas en 10´o en 20´o en 30´según sea el afán.
En estos días la gente no se toma el placer de sentarse a mirar como la cocina puede calentarnos el espíritu cuando dejamos a un lado la comunicación acelerada y cuando sencillamente, a pesar de estar solos, descubrimos un nuevo sabor en un viejo libro de cocina.
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