En Colombia por alguna extraña razón, como la mayoría de cosas que nos inventamos, creemos que nuestro acento no tiene acento, y que nuestro español es aquel que mejor se habla en el planeta. Pero ,a pesar de la creencia inventada de nuestro perfecto acento, adoramos los acentos del sur del continente pues los encontramos dulces, susurrados y sobre todo tan cálidos que parecería que trajeran pedacitos de un mundo más civilizado.(CÁLIDO Y CIVILIZADO ¿?
Esta vez era un argentino, a quien coincidencialmente ví al día siguiente en la calle, cargado con muchas bolsas de café, que seguramente llevaba de regalo a casa o a amigos que luego invitará a su apartamento en Buenos Aires, o quizás tan sólo sean regalos para la gente de su oficina; pero en la cuestión de libros, no le interesaba llevar libros de Colombia.
Al preguntarle que se le ofrecía , me dijo,
_ Quiero estar solo.
- Perfecto, le dije y fue toda la conversación que intercambiamos. Así que silencioso y pausado como su dulce acento pasó horas en la librería , quizás escapando de la carrera séptima y su tráfico que se intensifica en las tardes durante la hora pico. Sentado y tranquilo se tomó un café y comió tres merengues, y miró muchos libros y esa noche al decidirse se llevó dos buenos textos, uno de filosofía y otro de crítica. Seguramente, horas más tarde, refugiado en su cuarto de hotel , tan sólo una cuadra de distancia, recordaría la librería como un lugar donde se respeta la soledad y se permite el silencio que exige la mayoría de veces, el hecho de escoger un compañero nocturno como lo es un libro.
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