Ha llovido mucho hoy, especialmente a la hora de la charla del sábado posterior a la proyección de la película de Fresas salvajes de Bergman, en el ciclo de conferencias sobre filosofía y cinematografía. Algunos transeúntes tomaron refugio en la librería para escampar del frío y de la lluvia que inunda las calles. Muchos entraron diciendo que adentro se quedarían un rato viendo de reojo la película y revisando las novedades que habían llegado.
Uno de ellos fue una mujer delgada, muy joven, quien hablando un español entrecortado y básico pidió libros de poesía y de manera discreta subió al segundo piso. Mi compañero le entregó toda una selección de poetas colombianos, de los más antiguos hasta las últimas colecciones. Ella se quedó un rato y pasando desde José Asunción Silva, hasta Jattin y después de ver más de 10 libros preguntó si no había poesía revolucionaria colombiana.
Al decir eso, descubrimos que era una gringa sencilla que todavía pensaba que en las calles se grita viva la revolución. Existe poesía subversiva que va en contra vía con las políticas y puede llamarse de todos los nombres, sin embargo, sabíamos que no había el tipo de poesía que ella pedía. Ella deseaba ver la verdadera Colombia y su estadía en este país iba a ser muy corta pues en dos semanas desde su llegada de Kentucky, tenía la intención de aprender el español. Quizás pensó que la poesía podía en pocas palabras enseñarle algunas nuevas pero su búsqueda fue fallida y resignada dejó los libros en una torrecita delicada.
En sus ojos se veía la sorpresa, extrañeza quizás de que nadie la mirara y la dejaran tranquila abriendo y hojeando libros. La muchacha observaba que entre tantos libros que había, yo iba de un lado para otro poniendo los libros de bodega en la estantería y sentada, aún con la cabeza un poco mojada por la lluvia ,debía pensar que la gente es extraña en este país: ven películas subtituladas, hablan varios idiomas, viven rodeados de mucha literatura hispana , conocen otros autores fuera de los locales, y sobre todo, no la llaman gringa sino a la salida.
De manera gentil, me dice que volverá a principios de la próxima semana. Piensa quedarse un par de días más en Bogotá para luego emprender un viaje al norte del país más exactamente a las minas de carbón. Le) comento que es un curioso sitio turístico para una extranjera, a lo que me responde que su familia en Kentucky son mineros y ella creció entre el carbón. Su viaje a Colombia que se reducía a 3 semanas de cursos intensivos de español en un instituto cercano y que luego quería de conocer de cerca una de las más famosas minas de carbón en el país para luego contarle a sus padres.
Encuentro encantadora su historia, le digo que sabiendo eso, y debido a que no tenemos cartas postales, pues el servicio postal de este país parece ser igual de interrumpido que su acento español, buscaré entre los libros algún libro de minas o de fotografías. Contenta y tímida rechaza el café y dice que regresará a su cuarto a estudiar un poco. Bajo la lluvia se va la gringa, y pienso que nosotros tenemos a veces mal juicio al pensar que todos los extranjeros tienen dinero. No imagino dónde pudo tener la información acerca de las minas y me sorprende su interés, sobre todo porque dada la naifté del personaje, la imagino a kilómetros de Bogotá en un clima infernal, con gente amable que la llamará gringa loca y la llevará a conocer el desierto negro, con él que soñó al llegar a Colombia en un vuelo internacional.
0 comentarios:
Publicar un comentario