Un extranjero, con amor por lo extranjero.

Es un hombre simpático que ha venido tres veces ya al país, y su cercano pero lejos Sao Paulo hace que hable español de manera fluida. Se aloja en uno de los hoteles de lujo, cercanos a la librería y pasea por la calle mirando Bogotá como una capital llena de oportunidades. Sin embargo, dice que desconoce su historia y poco entiende las noticias agobiantes de la política de este inmenso país lleno de misterios y de historias truculentas, cuyos protagonistas mediáticos son personajes lejanos para el librero para quien la realidad del país, en la televisión, es tan sólo otra mala telenovela de la cual prefiere no hablar.

Así que el querido brasilero, con su cálido acento pide algo acerca de la situación actual del país. Parada frente la estantería de actualidad, empiezo a sacar libros cortos, pues él insiste que no quiere algo con estadísticas de violencia o de pobreza. Realmente me da pena con este extranjero, que seguramente trabaja para el bienestar de la industria de mi país, ponerle sobre la mesa, libros de parapolítica, violencia en las calles, gobierno corrupto, guerrilla y fuerzas armadas. Desolada al igual que él, le digo que me da tristeza que en vez de una amable guía turística tan sólo hay libros que no hacen sonreír y que quizás le hagan cambiar la forma de ver el país en guerra.

Permanece sentado un rato, yo guardo los libros y le entrego un libro de la realidad de las comunidades indígenas en el Amazonas. lo hojea, y dice que quizás es bueno empezar por ahí para luego ir subiendo desde el sur hacia el norte indagando por la realidad del país. Así que mientras disfrutaba de un café recién hechos habló de la amabilidad de nuestra gente y consiguió una amiga en la mesa de al lado que le explicó la realidad del país en unas cortas palabras.

Siempre se oye mejor una dura realidad cuando viene de la cálida voz de una mujer colombiana que sonríe y le dice cordialmente que cuando él quiera, lo lleva a dar un paseo por la ciudad.

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